Stalin se deja llevar por sus impulsos y ataca a su padrastro el día que cumple dieciocho años. Toma su Vespa y convence a Bianca de huir, no podría irse sin ella. La capital es otra cosa, lejos de las presiones y de las consecuencias. Allí están lejos de todo: Bianca solo está para Stalin y Stalin solo está para Bianca. Ahora el plan es que él registre el mundo con su cámara y que ella lo llene de poesía. Pero no será fácil: Stalin tendrá que ensuciarse las manos para que las de Bianca queden limpias.