La lucha por las pensiones justas de un colectivo a menudo olvidado.
Nadie esperaba mucho de ellos. Todos —políticos y sociólogos, analistas y politólogos— daban a los mayores españoles por amortizados y semienterrados. Habían sacado la cabeza entre las mareas de indignación que nos visitan de manera periódica, sobre todo desde el 11-M —los famosos yayoflautas—, pero nadie esperaba que su función fuera más allá de la de meros comparsas.
Hasta ahora. La tercera edad ha decidido que ni se rinde ni acepta que la entierren en vida, ni menos aún ser el simple refugio al cual recurrir cada cuatro años para arrancar votos con argumentarios tan diversos como contradictorios y partidistas, dependiendo de quién sea el cazador de votos. Los abuelos están muy vivos y exigen sus derechos, ante todo a pensiones dignas, ganadas durante décadas de a menudo muy duro trabajo, y que ahora, año tras año, se encogen con la crisis y la inflación… Y con las que a menudo se ven en la necesidad imperiosa de mantener a familiares adultos sin trabajo. Ante todo ello, los mayores han dicho basta y se han embarcado en una lucha para la que solo conciben un final: la victoria.