Carta de amor de Mario Levrero a la Princesa

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Se llamaba Jorge Mario Varlotta Levrero. Firmaba sus cartas sólo con la letra J. Pero tomó el apellido materno y se hizo conocido como Mario Levrero. Decir que el uruguayo fue escritor es no sólo impreciso sino también injusto. Además de eso, fue fotógrafo, librero, guionista, dibujante de cómics, columnista, humorista, creador de crucigramas y juegos de ingenio. Entre 1987 y 1989, Levrero vivió en Buenos Aires, donde trabajaba en una revista de crucigramas. En esos años, tuvo una relación con Alicia Hoppe, quien fue primero su psiquiatra y después su enamorada. Parte de ese intercambio epistolar fue publicado en el precioso libro “Cartas a la princesa”. Esas cartas navegan por todo el proceso del cortejo y del vínculo, desde los encuentros íntimos a la posibilidad de una vida conyugal. En este episodio, grabamos una en la que Levrero se disculpa, le dice que fue una bestia, le dice que la ama y pinta un cuadro lleno de erotismo que sólo un maestro de la narración puede escribir. Acá va una carta que cruza el charco. Acá un Levrero en carne viva. Lee el actor Sebastián Serantes.

***

30.9.87. 8.45 de la mañana

Amadísima, me siento cada vez más avergonzado por haberte tratado tan mal, con tal prepotencia. Al rato de tu llamada de ayer, fue recién que me empezó a invadir la tranquilidad, y cuanto más tranquilo estoy más vergüenza me da haber actuado como lo hice. Espero que puedas comprender y disculpar o que, en todo caso, si decidís tomarte venganza, lo hagas de un modo artístico, o sea erótico. Por ejemplo, uno de los más terribles castigos para mí es que me muerdan suavemente un hombro. Bueno; iba a seguir pero siento que no es conveniente; es posible que si continúo pierda el estado de tranquilidad que estoy tratando de conservar. Pero lo que quiero decirte es que te comprendo, comprendo tus dificultades y azoramientos, y comprendo que he sido una bestia implacable. Tomate tu tiempo. Puedo esperar. No por eso te amo menos; muy por el contrario; sólo que estuve muy, muy, muy loco. Ahora estoy apenas muy, muy loco. Mañana espero estar solamente muy loco; y basta, porque ése es mi estado normal. Perdoname, pues, mi ángel de
tacos resonantes, y pongamos las cosas en su sitio: como siempre, usted manda, yo obedezco (a propósito: ¿cómo hiciste para conseguir que me bañara todos los días? Fue, al parecer, una simple sugerencia, que tal vez hayas olvidado, dicha al pasar. Hasta ahora, nadie lo había conseguido. Y lo peor es que me gusta). Y si en algo no obedezco, espero que me castigues del modo antedicho o bien azotándome fuertemente la espalda con tus cabellos. (La vergüenza me ha vuelto terriblemente masoquista). Besa tus botas, tu humilladísímo esclavo

J
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