Cuando te fuiste, Diego, todavía tenía ilusiones. Me parecía que, a pesar de todo, seguían firmes esos profundos vínculos que no deben romperse definitivamente, que todavía ambos podríamos sernos útiles el uno al otro. Lo que duele es pensar que ya no me necesitas para nada, tú que solías gritar: «Quiela» como un hombre que se ahoga y pide que le echen al agua un salvavidas.