Linn Ullmann

«Nuestra vida es nombrar», escribió el poeta Gunnar Björling.

Y al mismo tiempo: si no escribo sobre ello, porque dudo, porque la duda genera miedo, porque hago casi cualquier cosa para evitar sentir miedo, porque la duda y el miedo me sitúan en el mismo estado de indefensión que cuando tenía dieciséis años, olvido, como escribe Annie Ernaux, que «esto me pasó para que lo contara»

perro trata de descubrir qué significa ser un perro. Le dan miedo las olas, ladra a su propia sombra, tiene unas orejas más suaves que las mejillas de un bebé y unas patas que huelen bien. Un día que salimos a pasear, tira de la correa más de lo habitual, y para el desconcierto de ambos, me echo a llorar. El perro se vuelve hacia mí y parece triste. Niego con la cabeza

Alguien dijo que era un error llamar novela a mi libro anterior cuando estaba basado en hechos reales. No lo sé. Cuando lo escribí, lo que más me preocupaba era el orden en el que se desarrollarían los hechos, tanto los que recordaba como los que había olvidado y que, por lo tanto, tenía que imaginarme.

Alguien dijo que era un error llamar novela a mi libro anterior cuando estaba basado en hechos reales. No lo sé. Cuando lo escribí, lo que más me preocupaba era el orden en el que se desarrollarían los hechos, tanto los que recordaba como los que había olvidado y que, por lo tanto, tenía que imaginarme.

mismo tiempo. Tenía el cuerpo irreconocible. El cerebro también. La palabra conciencia se define como «conocimiento inmediato o espontáneo que el sujeto tiene de sí mismo, de sus actos y reflexiones

Todas las mañanas, volvía a acostarme en secreto cuando mi marido se iba al trabajo y Eva al colegio. El sueño era más manejable durante el día que durante la noche. Sacudía el edredón y estiraba las sábanas, ordenaba la mesita, abría la ventana de par en par y descorría las cortinas.

Antes de que me acostara en la cama de A., en las sábanas blancas de A., en los brazos largos y pálidos de A., antes de la enorme ráfaga de deseo que me sacudió el cuerpo como un huracán, antes de que me encerrara en el baño y me sentara desnuda en el suelo helado con las rodillas bajo el mentón, antes de todo eso: era una noche que nunca acababa y que ahora, cuarenta años más tarde, me cuesta entender.

como si fuera un trozo de tarta. A piece of sex. A. tiene cuarenta y cuatro años, casi cuarenta y cinco. Le gusta hablar de cine y de música. A. no da asco ni lleva pantalones de cuero pegados a la cintura como Z., ni relojes de bolsillo caros como Claude. Me mareo de hambre

La juventud y la belleza llegarán dentro de unos años. Ahora tu cuerpo es infantil y recto como una vara.

Hay una fiesta en el piso de Oslo