Decidí donar la mitad de la biblioteca, pero, como te imaginarás, tendrás que hacerme espacio para el resto. Puedo oírte: “¡Cuánto va a costarte esa locura, Irene! ¿Para qué traer miles de libros a la otra punta del mundo?”. No puedo evitarlo. Sabés que jamás podría desprenderme de ellos, los necesito a mi lado. Y, cuando ya no pueda leerlos, me bastará con acariciarlos, respirar profundo y saber que al menos sus lomos gastados permanecen cerca de mí.