F.G. Haghenbeck

Vació en ese grupo de chamacos de barriadas humildes el amor maternal que le había sido arrebatado.

les dijo que ella no creía poder ser maestra jamás, pues aún seguía aprendiendo de la pintura. Les advirtió que la pintura era lo más grandioso de la vida, pero que era difícil ejecutarla. Debían aprender técnica y autodisciplina. Remató diciendo que estaba segura de que no existía un maestro capaz de enseñar pintura, pues eso se sentía con el corazón. Y sin más preámbulos, los sacó al mundo exterior, cual ave madre que empuja a sus polluelos para que aprendan a volar. Les dio pinceles y les mostró que afuera estaba la inspiración.

Alguien que sabe reír de los chistes, siempre es una buena compañía, pensó Frida.

La reseña de un periódico nacional lo describió así: “Existe la tendencia de resucitar lo mexicano, y cada uno lo hace a su propia manera”.

Oye chula, aquí en los hospitales a nosotros los plumíferos sólo nos ven como receta, pues dicen que un buen caldo de pollo cura la gripe, la panza y el mal de amores. Tú sabes, chicuela, a chicken soup.

No chille, que para eso venimos a este valle de lágrimas. Recuerda: “Árbol de la esperanza, mantente firme”. Eso no lo dije yo, fuiste tú: la girl de Coyoacán, la mexican princesa, oh, yeah!

Los ojos rojos de Frida estaban inyectados de sangre burbujeante. Se clavaron en su reloj de la vida: el gallo. El día que dejara de cantar, ella moriría. Ése era el trato. Pero nunca le dijeron que el reloj era una piedra en el culo.

No era malo. Tenía razón. No era el dolor, sino el cansancio del dolor.

Pero para mí la sopa de tortilla es una de las más deliciosas que una persona puede comer en México. Ella es lo que somos nosotros. Complicada, pero sencilla. Picosa, pero sabrosa. Caliente, pero refrescante. Es la comunión perfecta para entender de qué estamos hechos y por qué México es así.

No había autorretratos en ninguno de sus bosquejos, pues de espíritu celeste ella no tenía ni la moral ni la apariencia. Se afanaba en retratar la verdadera cara de su Madrina, pintando un ángel negro que se eleva hacia el cielo: el arcángel de la muerte. No recibió ese día a ningún amigo, pues esperaba una visita mucho más importante.

TAMAL DE CAZUELA EN HIERBA SANTA