Orlando Echeverri Benedetti

  • Ana Saenzhar citeretsidste år
    Con la sabiduría que algunos años de más me han dado, ahora les puedo decir que si el amor es ciego, la esperanza y la fe son sus primos sordos y mudos.
  • Martha Alicia Bautista Garcíahar citeretfor 2 måneder siden
    —Maldita sea —dijo y luego gritó
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    lleno de rabia y lo más fuerte que pudo con una voz que le salió temblona—: ¡Rooosaaaa!
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    no sabía con exactitud cuánto tiempo había dormido ni hacía cuánto la había visto en el jardín. Calculaba que no podrían haber pasado más de treinta o cuarenta minutos. En ese momento la marea debía estar más alta que baja y Rosa no habría podido irse al pueblo. Lo tranquilizó saber que estaba dentro de la propiedad.
    Al otro lado del estero están las primeras casuchas del pueblo y en ese momento había unos niños jugando semidesnudos en la arena. Al fondo, sobre el mar, una nube oscura amenazaba con lluvia. Lo único que se oía era la furia del mar.
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    camino a la quebrada no era fácil para la silla de ruedas y hacía mucho tiempo que no lo recorría. Es oscuro, en bajada y estrecho, con vegetación tupida a lado y lado. Está lleno de charcos, piedras, palos caídos, raíces gruesas que sobresalen de la tierra, desniveles, y él tenía que andar con cuidado —ni muy despacio ni muy rápido— si no quería volcarse o quedar atrancado.
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    dije nada. Tan solo aguardé porque sabía que en algunos segundos desarrollaría su idea. Siempre es lo mismo, repitió; somos unos dejados, no tenemos ninguna clase de método, andamos al vaivén de como se vayan dando las cosas, sin planificaciones de ninguna clase, continuó. La abracé. Esperé unos segundos más sin decir nada; como no continuó, me animé a decir que estaba de acuerdo, pero que de seguro poco a poco iríamos cambiando ese tipo de cosas. Mira no más lo del nuevo bebé, dijo; Nico ya tiene seis años y no hemos buscado a su hermanito con juicio, esperando que la cigüeña pase y nos lo deje en la ventana. Tragué saliva con dificultad mientras asentía tan solo para mí; Sora se dio la vuelta y negó con la cabeza, luego se giró, estiró la mano y apagó la luz del nochero. La penumbra me fue revelando de a
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    llevó la mano izquierda al mentón y comenzó a estrujarlo; conocíamos ese gesto, pues la última media hora se había entregado con prolijidad a darnos cuenta de todos los conocimientos que atesoraba en su cabeza. Nos había hablado de jazmines, arbustos de floración, enredaderas, trepadoras, plantas de raíz persistente y plantas de raíz fibrosa; después nos mostró un jazmín japonés, el cual miró con arrobo durante casi un minuto, al cabo del cual se puso de pie y nos contó del proceso de floración de
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    entregó la mata a uno de los niños más pequeños del grupo; ahora es tuya, campeón, veremos cómo te va. Este la recibió y regresó bastante entusiasmado hacia donde estaban sus acompañantes. El profesor giró su cabeza y buscó a Pipe. El niño, que lucía un poco intimidado, estaba de pie junto a sus padres. No supe de dónde ni en qué momento la sacó, pero alcancé a ver que la mata ya estaba en sus manos. Sus hojas estaban pardas, caídas y apuntando al suelo, igual que las de aquella que había quedado la noche anterior en casa del herborista. Su padre le tocó el hombro, lo que el niño interpretó como señal de dar un par de pasos al frente. Pipe, después de vacilar un poco, miró a sus padres, quienes con un movimiento de cabeza lo animaron a seguir. Entonces dijo, con un poco más de aplomo: la mata se nos murió. Por estar dedicado a otras cosas, como los juegos en la Tablet y la televisión, olvidé regarla. Les pido disculpas a todos. Luego giró su
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    Nos merecíamos este dinero. Éramos gente buena. Todo lo que Fausto y yo queríamos era estar juntos. No se puede ser más honesto que eso.
    Con la sabiduría que algunos años de más me han dado, ahora les puedo decir que si el amor es ciego, la esperanza y la fe son sus primos sordos y mudos.
  • Martha Alicia Bautista Garcíahar citeretsidste måned
    Usualmente miraba a Fausto para obtener todas las respuestas acerca del mundo, pero esta vez solo pude mirar hacia otro lado, hacia las vías del tren, donde se proyectaban las sombras de algunas ratas gordas cruzándolas.
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