las dificultades de representación de una violencia que quiebra radicalmente con todo medio convencional, y la responsabilidad, por lo tanto, que recae en quien escucha (quien representa o debe producir representación en el encuentro con lo aparentemente irrepresentable). Ante la carencia de recursos para hacer de aquellas historias, diríamos con García Márquez, “vidas creíbles”, la pregunta no es cómo probarlas, corroborarlas, insertarlas en una linealidad y una cronología que las haga inteligibles en un sentido tradicional (convencional). La pregunta más bien es cómo crear los espacios —imaginarios si es necesario— en los que estas historias puedan ser contadas sin ser puestas en duda; cómo pensar pues la memoria —y con ello, de paso, la historia, desde una perspectiva muy distinta a aquella de la historia ‘monumental’— ya no como una recolección de hechos, verificación de datos, archivo de evidencias que den soporte a lo que de lo contrario queda condenado a ese “mundo por fuera de la vida y de la muerte”, como lo describe Arendt, sino como una tarea de producción de escucha real y activa.10