Qué iba a decirle? ¿Que rechazaba esa existencia enorme no porque no la quisiera, no porque no deseara ese mundo más que ninguna otra cosa, sino justamente por eso, porque me asustaba el modo en el que lo deseaba? ¿Qué iba a decirle? ¿Que sabía que, de no irme entonces, no me iría jamás? ¿O que el orgullo me impedía rendirme y que el orgullo era lo único que me había sostenido la mayor parte de mi vida? Tampoco hubiera podido explicarle por qué no podía abandonarme a una simulación, por qué no podía conformarme con eso; no hubiera sabido cómo.