Después lancé los libros de James al suelo porque lo detestaba, lo detestaba por seguir inmerso en su trabajo, por haberse convertido en un padre sin haber pasado por un embarazo y un parto, por coger al bebé con torpeza o por olvidarse cada mañana de echar los pañales sucios a la basura, por concertar una cita sabiendo perfectamente que yo iba a la biblioteca, por insinuarme que me pusiera a estudiar cuando de noche me tumbaba soñolienta frente al televisor, por ofrecerse a acompañarme en coche a la universidad para dar de mamar a Benjamin antes y después de clase, por no estar fascinado conmigo hoy como madre como lo había estado antes como escritora o estudiante, por estar cansado de estudiar y tener que alimentar al niño a las dos de la madrugada, por no querer a Benjamin tanto como yo y por haberse convertido en padre y seguir siendo, a los ojos del mundo y a los suyos propios, una persona