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V.C. Andrews

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    me ocultaré a mí misma detrás de un nombre supuesto, y viviré en lugares falsos, y pediré a Dios que los que deberían haberse sentido fulminados cuando leyeron lo que tengo que decir, apenas se sientan heridos, y, ciertamente, Dios, en su infinita misericordia, hará que algún editor comprensivo imprima mis palabras, haciendo con ellas un libro, y me ayude a contar toda la terrible verdad.
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    —Es posible que la quiera tanto como a ti, pero no más. —Abrió los brazos y ya no pude resistir más. Me lancé a sus brazos y me agarré a él como a una tabla de salvación—. ¡Ssssssh! —me tranquilizó, mientras yo continuaba llorando—.
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    No tardé en darme cuenta de que los padres tienen en el corazón sitio suficiente para más de dos hijos, y que yo también lo tenía para querer a aquellos dos, incluso a Carrie, que era tan mona como yo, y a lo mejor hasta más.
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    No, papá no estaba muerto! ¡No, mi papá no estaba muerto! ¡No podía estar muerto… no, no era posible! La muerte era para la gente vieja, para las personas enfermas… no para alguien tan querido y tan necesario y tan joven
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    Y así continuaron, lentos, como el agua se filtra en el cemento. Papá estaba muerto de verdad. Ya nunca más le veríamos vivo. Sólo le veríamos en un ataúd, tendido en una caja que acabaría hundiéndose en la tierra, con una lápida de mármol con su nombre y el día de su nacimiento, y el día de su muerte
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    Salí corriendo de la habitación, salí huyendo de aquellas cosas esparcidas que me desgarraban el corazón y me infundían un dolor mayor que cualquier otro dolor de los que había sentido hasta entonces. Salí huyendo de la casa al jardín de atrás, y allí golpeé con los puños un viejo arce lo golpeé hasta que los puños comenzaron a dolerme y la sangre a manar de muchas pequeñas heridas; entonces me tiré de bruces contra la hierba y empecé a llorar, lloré diez océanos de lágrimas, por papá, que debería estar vivo. Lloré por nosotros, que, ahora, tendríamos que seguir viviendo sin él. Y por los gemelos, que no habían llegado a tener la oportunidad de darse cuenta de lo maravilloso que era, o, mejor dicho, que había sido. Y cuando ya no me quedaron más lágrimas, y mis ojos estaban hinchados y rojos y me dolían de tanto frotármelos, escuché pasos suaves que se acercaban, los de mi madre.
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    —No, Cathy —repuso mamá—, tienes que aceptar la verdad. No trates de buscar consuelo en la ficción, ¿me oyes? Tu padre está muerto, y su alma ha subido al cielo, y a tu edad ya debieras darte cuenta de que nadie ha vuelto nunca jamás del cielo. En cuanto a nosotros, nos las arreglaremos lo mejor que podamos sin él, pero eso no quiere decir que vayamos a escapar a la realidad sin enfrentarnos con ella
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    —¡Odio a Dios por habérselo llevado, debiera haber esperado a que fuese viejo!
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    Tenemos una hipoteca de treinta años sobre esta casa, y nada de lo que hay aquí nos pertenece realmente: ni los muebles… ni los coches, ni los electrodomésticos de la cocina o la lavadora. Nada
  • Jesse Renaldihar citeretfor 7 måneder siden
    Ni siquiera yo, a pesar de que tenía ya doce años y era casi una mujer
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