Para Meilhon, una mujer es un consumible, medio objeto, medio prostituta. Tal es su uso, está hecha para eso. De ser necesario, se le da hachís, dinero, un teléfono, se la saca a pasear, después «la chica sabe lo que va a pasar». Meilhon también se refiere a los «rolletes»: se abren, se tratan, se tiran. Si la chica opone la más mínima resistencia, se pone en peligro. El sexo se funda en la violencia, pero la negativa a mantener sexo también acarrea violencia.