Alberto Fuguet

Me tiré a una mormona drogada.

Para qué vivir con una mina si tenís que irte de pura mano.

Nos engrupimos unas minas de miedo. Me tocó una mulata de Trinidad-Tobago. Me mordisqueó entero. Tengo todas las huevas con yodo.

Echo de menos la represión

el gas lacrimógeno servía para volarse

ni me preocupé de si él se sentía desplazado, afuera, solo.

Dentro de la casa, la viuda luce tranquila a pesar de este alboroto, como si entendiera que es un deber cristiano prestar su muerto, para que Chivolito y su comparsa sepan que están vivos.

Es la única forma de sobrevivir en este trozo de isla que ya era así, dice: conocer muchas lenguas y trabajar para los extranjeros que vienen a ocupar, a mirar o a ayudar.

Mucha gente de clase media ha preferido mudarse a un lugar más pequeño para alquilar sus casas a los voluntarios de las ONG y cobrar una renta fija en dólares

“Porque puedo conseguirle lo que quiera, se lo aseguro”. Ah, qué sueños había despertado esta frase, no precisamente eróticos: una botella de whisky, tener treinta y cinco años, las obras completas de Sarmiento, ser delgada, comprar una casa en el Delta del Paraná, que se mantuviera intacta al paso del tiempo.