Cruzo el puente psíquico que me atrae y que me expulsa, de ella, del sillón donde confieso, donde la confesión se manifiesta. A veces deseo arrodillarme ante la doctora para que me castigue, me golpee, me azote, para que recurra a suplicios medievales. Debería someterme a reclusión, encerrarme en alguno de los departamentos vacíos y dejarme una bandeja de comida cada día. Es lo que merezco, el confinamiento. Podríamos hablar con una puerta entre nosotras, yo pegaría mi boca al hueco de la cerradura para que escuche y luego el oído. Podríamos intentar un vaciamiento, un recorte de memoria, borrar las zonas oscuras, o encapsularlas y dejarlas ahí, sobre algún mueble. Pero quién cuidaría de Garnet. Ya no puedo exponerme al castigo de reclusión, tengo su tutela. Necesita de mí, soy la que compra comida y paga los pedidos por eBay, la que trabaja bajo la luz blanca de los tubos.