Dirty Works

  • Miguel Ángel Vidaurrehar citeretfor 9 måneder siden
    Había un núcleo, una especie de gema de malevolencia detrás de su taimada sonrisa, detrás del tejido mítico con el que los años le habían ido revistiendo. En esos mitos suplantaba al diablo, a los monstruos de garras y colmillos que habitaban las tinieblas de la infancia. «Como no os portéis bien os entregaré al viejo Hardin», decían las madres a los hijos. «Será mejor que te duermas –les advertían por las noches–. Si no hacéis caso, se colará por la ventana y os raptará de un modo tan silencioso que ni nos enteraremos». Su espíritu vagaba en la noche, hacía crujir las ramas próximas a las ventanas, sus secuaces fantasmales se agazapaban en la espesura donde no llegaba la luz del porche.
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    Mientras avanzo soy muy consciente de que no soy el abogado con rifle de lujo y pintura facial que estrena su conjunto de camuflaje, pero tampoco el entregado cazador nativo que he pretendido ser todos estos años. Ahora, cuando regreso a este lugar, a Dickinson, lo hago como una especie de forastero; después de todo, me fui, recibí una educación, perdí algo de acento. Incluso me casé con una yanqui. Y volver así, a la caza de detalles para mis relatos, es un poco como cazar furtivamente en una tierra que ya no me pertenece. Pero nunca he perdido la necesidad de hablar de mi Alabama, de revelarla tal y como es, frondosa, verde y llena de muerte. Así que regreso con todo lo que he aprendido. Vuelvo a donde la vida muere con lentitud y
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    cazo historias como un furtivo. Cazo como un furtivo porque quiero recuperar los senderos antes de que sea demasiado tarde, antes de que retumben los últimos camiones madereros y las viejas y oscuras costumbres queden taladas para siempre.
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    Esto es lo que pienso: morir en el hospital, ni por el forro. Si hay que largarse hay que hacerlo violentamente, con un poco de honor: rescatando a un bebé de la vía del tren y que el tren te lleve por delante. Cubriendo con tu cuerpo una granada de mano en pleno combate y salvando a once compañeros. Algo así. La pistola en la cabeza es siempre una opción, pero se necesita añadir un toque creativo.
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    Observé a Bruce desconcertado en la mesa, poniéndole tiza al taco. Hizo brotar otro cigarrillo del paquete, se lo encendió y le dio un trago a la cerveza. Era mayor que yo, y más alto. Exmarine. Había salido vivo de Vietnam. Volvió a casa y fue testigo de la masacre de Kent State en 1970. Jugó como semiprofesional al béisbol en Italia, después fue extra en un spaghetti western y se metió ácido en un metro de Japón.
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    Cuando el bebé nace muerto no hay motivos para seguir casados.
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    Así que Bruce y yo arrancamos dejando una larga y fina franja negra de caucho en la carretera; probablemente la única prueba que deja Bruce a su paso. Pero de mí hay pruebas por todas partes: en el recibo de la tarjeta de crédito de la gasolinera, en la tarjeta de fichar de la planta química, en la mujer que sangra en mi casa, en la lápida de mármol blanco de un niño.
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    Hace un par de semanas lo vi en el Food World –siguió Mace–. Me acerqué a él y le dije: «¿Qué pasa, Mike, cómo te va?». Y va Mike y me suelta: «Nada mal, para un hombre muerto». Decir eso es de lo más chungo, ¿no crees? Uno intenta actuar con normalidad y va el tío y te suelta esa mierda encima.
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    Compra revistas Playboy, las hojea una vez y luego me las da. En eso consiste ser rico.

    Y en esto ser pobre: tu mujer te deja porque no puedes encontrar trabajo por la sencilla razón de que no hay trabajo que encontrar en ninguna parte. Vacías el tarro de centavos de la repisa de la chimenea para comprar cigarrillos. Detestas contestar el teléfono porque siempre son malas noticias. Cuando tus amigos te invitan a salir, no sales. Pasado un tiempo, dejan de invitarte. Les debes pasta y en ocasiones te la piden. Les dices que verás lo que puedes rascar.
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    Apago las luces y Jan enciende las velas altas del centro de la mesa. Pongo a Tom Waits. Nos comemos el pollo, las zanahorias glaseadas, la ensalada y el pan que compramos en la tienda. Todos hacemos elogios y Paul le pide a Jan que le dé a Prissy la receta de las zanahorias.
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