Había tomado el valor numérico de las letras C, A, T en el alfabeto —3, 1 y 20 respectivamente— y al sumarlas había obtenido el total de 24. Procedió entonces a anotar las muchas formas en las que dicho número había aparecido en el transcurso de su vida. Nació un día 24, en una casa cuyo número era el 24, y su madre tenía entonces 24 años. Cuando él cumplió los 24 su padre murió y lo dejó a cargo de una fortuna considerable. De eso hacía 24 años. La última vez que hizo balance de sus propiedades, descubrió que el valor de sus inversiones —sin contar los bienes inmuebles— era de aproximadamente 24 000 libras. En tres periodos diferentes, en tres pueblos diferentes, había terminado viviendo en casas cuyo número era el 24, y ese era también el número de su residencia actual. Además, su código de entrada a la sala de lectura del British Museum terminaba en 24, y tanto su médico como su abogado tenían despachos con aquel persistente número. Anotó varias coincidencias más, pero eran tan forzadas que no merece la pena recogerlas aquí. No obstante, los apuntes concluían con la siniestra pregunta: «¿Acabará todo el día 24?».