Ante todo estaba la certeza de que vivíamos en un mundo hermoso y justo, y de que el hombre estaba por encima de todo, pues representaba la medida de todas las cosas. Para muchos, el hundimiento de estas convicciones acabó con un infarto o un suicidio. Una bala en el corazón, como el académico Legásov. Porque, cuando pierdes la fe, cuando te quedas sin convicciones, ya no eres un participante, sino un cómplice, y para ti ya no hay perdón. Así lo entiendo yo.