En la Managua de aquel tiempo habían pocos inteligentes de nuestra edad con quienes conversar, y más escasos aún poetas como nosotros, que congeniábamos muy bien, unidos por el mismo humor, solteros, bebedores, perseguidores de muchachas o acompañados por ellas, y con la misma relación dialéctica ante las muchachas de audacia y timidez; y por éstas y muchas más cosas éramos inseparables e indispensables el uno al otro. Carlos Martínez Rivas, el genio de mi generación, todavía no debidamente reconocido fuera de Nicaragua.