—Qué valientes somos los mexicanos —dijo irónicamente—. ¡Matarnos así los unos a los otros!
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Vi al general Ángeles con su desteñido jersey marrón, sin sombrero, mirando por la mirilla y ajustando el blanco. Villa espoleó a su alborotado caballo hacia la cureña.
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capitán canadiense Treston dormía al raso con su batería de ametralladoras.
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Verá, es que no sé este maldito idioma.
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Hay muchas cosas que quiero preguntarle sobre su país. Si es verdad, por ejemplo, que en sus ciudades los hombres ya no usan para nada las piernas y no cabalgan por la calle, sino que se mueven en automóviles.
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un día un hombre lo llamó «cuate» y le pegó un tiro sin que mi hermano le hubiera hecho nada. ¿Por qué a los suyos no les gustan los mexicanos?
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¡Toda esa matanza para nada!
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Siempre que Pancho Villa aparecía en una batalla, los rivales habían empezado a creer que estaba perdida, y el efecto que esto tenía en los suyos también era clave.
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Pero la mañana que entraron en Gómez Palacio se produjo un cambio curioso en la mente de los soldados.
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Lo cierto es que todos se rapiñaban los unos a los otros,
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