Gonzalo Rojas

El hombre que quería ser Dios, se está muriendo desde el comienzo de sus días.

El guerrero que quiso toda la superficie del planeta,
se está muriendo.
El hombre que soñaba
la conquista del sol, se está cada mañana obscureciendo.

Oh sangre
que me acosas
hasta en mi propio sueño:
tú sola me despiertas
con tu aullido.

donde empieza el disfraz, la peste, la piedad
de las leyes humanas y divinas,
en el comercio, en la traición, allí
donde la muerte mete su mano corruptora.

Hasta que hoy día –día de mi muerte–,
me volví para ver toda mi vida;
y vi que el sol salía del metal de tu vientre,
y oí que el mar rompía por tu corriente dura,
y advertí que tus rocas eran reales hembras.
Y me sentí nacer de tu lava, de nuevo.
Y vi que el sol tenía siete años como mi alma perdida frente al Golfo.
Toda la eternidad tenía apenas siete años para mí.

Me imagino que todos los cobardes
viven de la mentira,
todos esos que buscan
los principios debajo de las piedras,
seres que no son hijos de sus obras
sino esclavos del miedo.

–El hombre nace y muere solo
con su soledad, y su demencia
natural, en el bosque
donde no cabe la piedad ni el hacha.

Nunca volveré a esa ciudad donde he pasado hambre, donde he sufrido y he visto sufrir a mi madre, quien murió también temprano’. Y, sin embargo, como todo, habrá de ser contradictorio, ya que al cabo de unos años vine a ocupar un cargo importante en la Universidad de Concepción, que llevé adelante por 25 años”.

¿De qué me sirve el mundo?
¿De qué me sirve el cuerpo que me obliga a comer,
y a dormir, y a gozar, si todo se reduce
a palpar los placeres en la sombra,
a morder en los pechos y en los labios
las formas de la muerte?

Me parieron dos vientres distintos, fui arrojado
al mundo por dos madres, y en dos fui concebido,
y fue doble el misterio, pero uno solo el fruto
de aquel monstruoso parto