Las grandes pandemias, así como las guerras mundiales y las hambrunas, convierten la muerte en un acontecimiento de la especie, masificado y fuera de nuestra comprensión emocional. Como consecuencia de esto, las víctimas mueren dos veces: su agonía física se duplica porque sus identidades se sumergen en el lodo de la megatragedia. En palabras de Camus, «un hombre muerto solamente tiene peso cuando le ha visto uno muerto; cien millones de cadáveres, sembrados a través de la historia, no son más que humo en la imaginación».[51] Nadie llora a una multitud, ni se abandona a una llantina fúnebre ante la lápida de una abstracción. A diferencia de otros animales sociales, nosotros carecemos de un instinto de dolor colectivo o de solidaridad biológica que se dispare automáticamente ante la destrucción de nuestros congéneres.