Laura Quintana

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    Necesitamos atender a esta rabia, a toda su complejidad, y sobre todo a su llamado a transformarnos, a construir futuros más dignos, a confrontar la desposesión del porvenir, abriendo el horizonte de lo posible. De eso se trata también en este libro
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    cuando hablo de «afectos», en este libro, me refiero a fuerzas efectuadas en el mundo social, que atraviesan a los sujetos, los preceden y conforman; fuerzas que se producen en las interacciones conflictivas entre seres vivos, cosas, lugares, temporalidades, tecnologías; entre cuerpos, imágenes, discursos; entre registros sensoriales, atmósferas y materialidades. Hablar de afectos es insistir entonces en un enfoque relacional, tomando distancia de aproximaciones psicologistas que reducen lo afectivo a «modificaciones interiores», que se suelen llamar «sentimientos» o «emociones», entendidas como estados de sensación subjetivos, muy anclados a la figura del individuo y a su interioridad. Pero también me distancio de teorías sociales, constructivistas y culturalistas, críticas de los enfoques naturalistas. En el caso del naturalista, las emociones se piensan como «sistemas de respuesta» orgánicos (Parkinson, citado por Greco y Stenner, 2008: 7) naturales y universales, producidos a través de la evolución, y se pierde de vista la manera en que el cuerpo y sus respuestas se han conformado histórica y socialmente. En el caso del constructivista, se insiste en el papel que los discursos y las prácticas desempeñan en la formación de las emociones, y estas se tienden a pensar entonces como fenómenos discursivos. Pero de este modo se cancela la dimensión no-discursiva de las corporizaciones y lo que excede las codificaciones culturales (Massumi, 2002; Sedgwick, 2003). Algo que ha destacado, en particular, la teoría afectiva contemporánea.
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    La noción de constelación, que retomo de Walter Benjamin, es central en la construcción argumentativa de este libro (Benjamin, 1983, 1991, 1995). Lo que me interesa de esta figura metodológica es que indica un trabajo de composición, articulación y ensamblaje de distintos elementos que permiten leer una experiencia en su conflictividad (cfr. Krauss, 2011: 439). Más aún, esta figura llama la atención sobre «las condiciones inestables» de toda interpretación y cómo esta puede asumir que su objeto la condiciona, forma parte de su experiencia temporal y se mueve con ella, al atender a rasgos que no habían sido considerados y a tensiones que los atraviesan
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    La memoria personal está constituida por todo aquello que ha marcado al cuerpo y lo ha configurado también colectivamente. Nuestros juicios y valoraciones dependen de esta memoria corporal; toda toma de conciencia, toda elaboración racional es ya afectiva, porque está conectada con lo que ha producido efectos sobre nosotros, nos ha afectado, se ha inscrito en el cuerpo y atraviesa su historia. Si todo en el mundo está en relación (como lo vio hace tiempo la ontología de Spinoza), todas las cosas y seres pueden producir efectos entre unos y otros, modificándose entre sí. El afecto es precisamente el nombre de esta modificación.
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    Por eso este libro se propone construir constelaciones de sentido que permitan relacionar algunas dinámicas del capitalismo tardío, teniendo en cuenta su dimensión global, pero también cómo se irradian y alteran en condiciones específicas de Colombia. En todo caso, destacar la afectividad de estos fenómenos también implica explorar su inestabilidad y ambivalencia, su heterogeneidad y conflictividad, para indagar por las vías en que pueden fracturarse, remodularse y alterarse
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    Apunto, así, a pensar estos fenómenos políticos en términos de configuraciones afectivas. De este modo, despliego una cartografía estética que recusa la lógica de la sospecha y del desciframiento que impulsan al crítico de las ideologías. Pero también tomo distancia de la perspectiva desafectada del académico racionalista, que dicotomiza el campo social al contraponer discursos políticos racionales (que valora como aceptables) y discursos políticos irracionales (que desprecia como inaceptables)
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    No creo, en todo caso, que esta narrativa funcione meramente como una ideología, es decir, como un «conjunto de ideas, creencias, conceptos y demás, destinado a convencernos de su “verdad”, al servicio de algún poder oculto» (Žižek, 1994: 7). Los poderes que se sirven de ella son muy visibles, y también la manera en que esta opera a través de micropoderes que atraviesan los cuerpos y los afectan
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    Evidentemente, los afectos reactivos no son equiparables. Puede haber enardecimientos transformadores que se convierten en orgullo e indignación, que construyen otras posibilidades sin quedarse en el afán de mera destrucción, o en la reiteración de lo mismo de ciertas manifestaciones del resentimiento. Hay formas de rabia que intensifican la desigualdad, y otras que la combaten desde prácticas afirmativas plurales. Aunque por la misma conflictividad e inestabilidad afectivas se dan tránsitos, transiciones, conversiones y devenires de lo uno a lo otro. En cambio, al asumir que las formas de poder saturan por completo el campo de experiencia, el crítico de la ideología pierde de vista esta inestabilidad e indeterminación, y por eso nos condena a la inexorabilidad de las sujeciones, que el académico racionalista, con su lógica desafectada, ajena a las formas de corporización, muchas veces ni siquiera alcanza a captar
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