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Michelle Roche Rodríguez

  • Laura Segoviahar citeretfor 10 måneder siden
    Una tarde, después de rezar el rosario, mi madre emergió de la penumbra gris de su cuarto enfundada en un vestido negro nuevo, como si fuéramos a recibir una visita. Era el momento de sentarnos en la ventana, me informó. La costumbre dictaba que, como a las muñecas en los comercios, a las mujeres en edad casadera las pusieran en exposición hasta que un hombre quisiera llevárselas o, según el eufemismo de la época, «pretenderlas». Hasta ese día yo nunca había «ventaneado», e ignoraba por qué alguien podría regocijarse de perder el tiempo en semejante ocupación –o, más bien, «desocupación»–. Una vez Sara me habló de eso como de un acontecimiento en la vida de una mujer, pero la práctica me parecía tan anticuada como ridícula. ¡Qué terrible sino el de las condenadas a mirar cómo pasa la vida de los demás, sentadas en actitud secundaria de humildes espectadoras!
  • Laura Segoviahar citeretfor 10 måneder siden
    La gente sospechaba de las lectoras, mortificándolas con el fantasma del bovarismo. Mi madre, las monjas y las maestras que me criaron afirmaban que, como la heroína de Gustave Flaubert, la afición excesiva por los libros podía llevarme a la insatisfacción afectiva. Quizá tenían razón y la fuente de todos mis problemas era mi voracidad, incluso, de conocimiento. En cada confesión, el padre Ramiro contaba cómo la realidad frustraba las ilusiones formadas por las fantasías impresas. Que una era la voluntad de Dios y las otras estaban fraguadas por el demonio. Gustosa hubiera hecho un pacto con Satanás solo por no escuchar más nunca algún comentario sobre la nocividad de las lecturas en la mente de las mujeres. Nadie se atrevía a decirles tonterías semejantes a los hombres.
  • Laura Segoviahar citeretfor 10 måneder siden
    El paquete envuelto en una tela brillante era para mí. Casi no podía disimular mi excitación cuando Teresa me lo entregó. Cuando lo desenvolví me encontré con que era un libro: una preciosa edición bilingüe de El paraíso perdido, del poeta inglés John Milton. Miré a papá sonriendo: hacía años que buscaba ese libro. Me alegré de que él hiciera caso omiso de las opiniones de mi madre contra Modesto; una persona que regala libros no puede ser nunca un inconveniente.
  • Laura Segoviahar citeretfor 10 måneder siden
    ¡El ventaneo era un escándalo, por Dios! Era un insulto para las mujeres y una muestra de nuestro atraso social. El pensamiento modernizador de la época preconizaba que malgastar el tiempo era dilapidar el dinero, pero no aclaraba el límite del alcance de tal afirmación: se trataba del tiempo masculino. A las mujeres nos era exigido perder horas esperando por la mirada furtiva de uno de ellos para dar el gran paso fuera de la indeseable soltería. Así las relaciones de poder mantenían a las mujeres subordinadas a los hombres.
    ¿Qué diferencia tenía esto con la venta de mi sexo?, ¿no se trataba el ventaneo de «buscar» o «atraer» a los hombres? ¿Y la palabra «buscona» no es el eufemismo para prostituta?
  • Laura Segoviahar citeretfor 10 måneder siden
    . El claustro era el lugar donde las familias acomodadas iban a esconder sus malaventuras. Eran los cofres donde se encerraban las desgracias: las madres solteras, las doñas enloquecidas, las viudas lascivas, las doncellas turulatas. Era la habitación de cohortes de mujeres malas de fábrica.
  • Paola F.har citeretfor 11 dage siden
    En el país vivíamos al borde del hallazgo definitivo de una enorme mina de oro negro escondida en las entrañas de la tierra, esperando la irrupción de la modernidad, pero detenidos en los tiempos de la Colonia por la mano enguantada del general Juan Vicente Gómez.
  • Paola F.har citeretfor 11 dage siden
    El petróleo siempre me pareció una fuente sospechosa de energía.
  • Paola F.har citeretfor 11 dage siden
    Era petróleo. El estiércol del diablo
  • Paola F.har citeretfor 11 dage siden
    Blanquísimo, como todos los hombres de montaña, papá comprendía el insulto de su esposa como la manifestación de su resentimiento de clase venida a menos, aunque no pudiera evitar montar en cólera cuando la escuchaba señalar a la «barbarocracia gomecista» como la prueba irrefutable de nuestro retroceso mental como nación.
  • Paola F.har citeretfor 11 dage siden
    Tenía todas mis esperanzas puestas en fraguarme un futuro como maestra y me había costado mucho conseguir el permiso de papá para que continuara por esa senda mis estudios. En realidad, no me interesaba dar clases y ni siquiera me gustaban los niños, pero ese trabajo me permitiría encubrir mi avidez literaria. La gente sospechaba de las lectoras, mortificándolas con el fantasma del bovarismo.
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