A veces, sentado en el coche, la contemplaba bajar andando por la calle hacia mí, hacer una pausa, cruzar la calzada; y estaba maravillosa. Pero luego, cuando la tenía cerca, a mi lado, me parecía demasiado a menudo encontrar en su aspecto cierta falta de carácter, cierta actitud de niña malcriada. Incluso cuando estaba cerca de ella me parecía no estar pisando terreno firme. Podía resultar fea un momento, y luego cierto movimiento, cierta expresión o cierto ángulo de su rostro hacían imposible la fealdad.