Bastaba para explicar nuestra tristeza. Pues ¿qué grito habríamos podido proferir todavía que estuviera a la altura de aquel grito? Buscábamos nuestro camino, a tientas, entre piedras al margen de la historia, donde nuestras manos no hallaban más que la hipnótica suavidad de los musgos, el frío de las algas.