Cecile Adrienne Rich

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    El discurso crítico sobre la poesía ha dicho muy poco sobre las condiciones cotidianas de nuestra existencia material, pasadas y presentes: qué huella dejan en la vida de los sentimientos, de las respuestas humanas involuntarias; cómo vislumbramos un rastro de humo en el aire, contemplamos un par de zapatos en un escaparate, miramos a una mujer dormida en su coche o a un grupo de hombres en una esquina, cómo escuchamos el zumbido de un helicóptero o el golpeteo de la lluvia sobre el tejado o la música que suena en la radio en el piso de arriba, cómo respondemos a la mirada de una vecina o de un desconocido o la evitamos. Esa presión altera nuestro ángulo de visión, lo reconozcamos o no
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    Los «grandes hombres» hablaban de otros «grandes hombres», de la naturaleza del Hombre, de la historia de la Humanidad, del futuro del Hombre, y nunca más volví a recibir, de un profesor, el tipo de estímulo, la insistencia en que mi mejor trabajo podía ser aún mejor, que había experimentado en el colegio. A las alumnas simplemente no nos tomaban demasiado en serio.
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    i existe un concepto realmente engañoso, es el de «coeducación»: la idea de que por el hecho de sentarse en una misma aula, escuchar las mismas clases, leer los mismos libros, realizar los mismos experimentos en el laboratorio, mujeres y hombres están recibiendo una educación igual. Y no es así. En primer lugar, porque el contenido mismo de la educación otorga reconocimiento a los hombres a la vez que invalida a las mujeres
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    Las mujeres y los hombres no reciben una educación igual, porque fuera del aula a ellas no se las considera personas soberanas, sino una presa.
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    Pensar como mujer en un mundo masculino significa pensar críticamente, negándose a aceptar lo dado, estableciendo vinculaciones entre hechos e ideas que los hombres han dejado disociados. Significa recordar que toda mente reside en un cuerpo; seguir siendo responsables ante los cuerpos en los que vivimos; contrastar continuamente las hipótesis dadas con la experiencia vivida. Significa mantener una actitud crítica constante en relación con el lenguaje, ya que, como señaló Wittgenstein (que no era feminista), «Los límites de mi lengua son los límites de mi mundo». Y también significa hacer lo más difícil de todo: escuchar y estar atentas, en el arte y en la literatura, en las ciencias sociales, en todas las descripciones del mundo que recibimos, a los silencios, a las ausencias, a lo innombrado, lo no dicho, lo codificado, pues allí encontraremos el verdadero saber de las mujeres.
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    novelista lesbiana sureña blanca Cris South escribe: «Aunque las raíces estén en el patriarcado, han crecido en nuestro interior». Lo que sí era cierto en mi caso era que, con mi incorporación al feminismo y tras declararme públicamente lesbiana, pasé a sentirme parte de una historia y una identidad personal y colectiva, ratificada por las palabras de mujeres blancas que habían luchado en el
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    primer tipo de crítica se suele publicar en revistas como Signs, Women’s Studies, Feminist Studies, y de vez en cuando también en revistas literarias y de crítica no feministas, como College English o Parnassus, y en publicaciones trimestrales de carácter profesional. La segunda tiende a salir publicada en revistas como Conditions, Feminary, The Feminist Review, off our backs, Sinister Wisdom, y también en publicaciones como First World, Radical Teacher, Freedomways, Southern Exposure
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    La crítica feminista no nació como una escuela dentro de la crítica literaria, sino como fruto de un propósito políticamente motivado de examinar la literatura, tanto la escrita por hombres como la escrita por mujeres, desde la perspectiva de la política sexual, como tituló Kate Millett en 1970 su obra que marcó un hito.
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    La crítica feminista nació de un Movimiento de Liberación de las Mujeres que se tomó en serio la tarea de criticar la totalidad de la cultura, desde los concursos de belleza hasta los textos universitarios, considerando cómo refleja las vidas de las mujeres y qué repercusiones tiene sobre las mismas. En su ensayo de 1977, titulado «Para una crítica feminista negra» (Toward a Black Feminist Criticism), Barbara Smith nos recuerda a todas:

    Para que los libros tengan una existencia real y sean recordados es necesario que se hable de ellos. Para ser comprendidos requieren un examen que tenga en cuenta, como mínimo, las intenciones de fondo de sus autoras o autores (…). Antes de la aparición de una crítica específicamente feminista en la presente década, los libros escritos por mujeres blancas (…) no se percibían con claridad como manifestaciones culturales de unas personas oprimidas
  • Marcia Ramoshar citeretfor 2 år siden
    Con esta declaración en mente, yo definiría una crítica literaria feminista como aquella que está conscientemente integrada en un movimiento a favor de la liberación de las mujeres, un movimiento revolucionario, de hecho. No definiría como crítica literaria feminista el simple hecho de que una mujer escriba sobre los libros de otras mujeres sin conciencia del contexto político de dicha escritura, ni tampoco los escritos de una autora que meramente cree estar participando en algún tipo de «lectura alternativa» femenina en el marco de un supermercado liberal del intelecto, o los de aquella que acepta los parámetros de blanquitud, heterosexualidad y erudición académica como elementos que aportan una percepción básicamente completa de las cosas.
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