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Tomás González

  • Julhar citeretfor 2 år siden
    Unos de los últimos días buenos que vivieron juntos.
  • Julhar citeretfor 2 år siden
    s a poner planta eléctrica a la finca; otro vio mis libros y preguntó si ya había leído Papillon. Yo lo había leído, claro, pero le dije que no, para no tener que comentar el libraco de mierda.
  • Julhar citeretfor 2 år siden
    Dic. 1/76: Creo que lo que más me gusta de este mar es el olor a manglar. El de Inglaterra es inodoro e insípido, éste huele un poco a podrido, muerte y vida, lugar donde se cruzan.
  • Julhar citeretfor 2 år siden
    —A éste lo van a encuartelar y destetar al mismo tiempo —dijo J.
  • Julhar citeretfor 2 år siden
    Meses más tarde uno de los policías que participó en el levantamiento lo metería subrepticiamente en su mochila; su mujer lo descubriría y terminaría por ser vendido en Turbo a un comerciante de telas que lo usaría como pornografía común.
  • Julhar citeretfor 2 år siden
    Guillermo, un primo a quien J. quería mucho, vino a visitarlos a principios de febrero. Gordo, de unos veinticinco años, para J. representaba la vitalidad sin intelectualismos. Era una persona de pocas luces culturales que podía comerse tres libras de fritanga de cerdo de un tirón. Curiosamente, la gula y la lujuria eran su mayor atractivo, las ejercía con cierto humor carnal que le nacía de las tripas mismas y a duras penas pasaba por el cerebro. Sabía mirar el ridículo —era bastante observador— y se reía con carcajadas muy abiertas que mostraban muelas muy blancas, sin una sola carie. Tenía ojos grandes, negros, de pestañas largas y crespas que atraían a ciertas mujeres.
  • Julhar citeretfor 2 år siden
    Una noche J. se había desvelado pensando en los problemas de la finca. La perra ladraba afuera incansablemente, asfixiándose con el collar, furiosa, como si alguien anduviera por ahí. Nadie andaba por ahí, por supuesto, el animal podía ladrarle de esa forma a un cocuyo, a un murciélago, a la luna. De pronto J. sintió como si un líquido oscuro empezara a acumulársele en el cerebro. Enceguecido, se levantó de la cama y agarró la escopeta. Casi inconsciente por el odio salió a la playa y caminó hasta el poste donde estaba el animal. Sin pensarlo un segundo le descerrajó dos tiros en la cabeza, que retumbaron en la selva, y la perra quedó muerta en el acto, hecha un ovillo. Sin decir nada, J. fue por la pala y caminó hasta el corral, donde empezó a cavar. Al momento llegó Gilberto con otra pala y le ayudó en silencio. Durante un rato Elena los miró trabajar desde el corredor y después se acostó.
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    nunca pretendió enriquecerse con ella —sabía que era imposible— ni aspiraba a demasiada racionalidad en un clima tan caliente y lujurioso. De hecho, venía huyendo de cierta racionalidad oprobiosa, tan esterilizadora como la gasolina, el arribismo y el asfalto. Por eso precisamente odiaba el cerco de Elena, pues era la caricatura de una caricatura, una lamentable muestra de lo que podía llegar a ser la actividad humana; por eso se exasperaba cuando cortaban mal la madera, porque era duplicar sin necesidad una locura —la destrucción del árbol— sumergiéndolo a él en un torbellino ridículo de insensatez y muerte. Cuando se perdía un animal no se ofuscaba tanto por la plata que valía y sólo en menor medida porque la finca, como negocio, no avanzara; sencillamente había soñado alguna vez con tener los potreros llenos de ganado saludable, sueño natural, al fin y al cabo, de querer que las cosas crecieran y se multiplicaran.
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    Era persona de pocas palabras, contestaba las preguntas a medias y paraba de hablar cuando creía que el otro había entendido lo suficiente, o tal vez cuando pensaba que el otro estaba entendiendo demasiado.
  • Julhar citeretfor 2 år siden
    Elena no tenía más que una maleta; no había querido cargar con la máquina de coser, en parte porque quería hacerse la ilusión de que la separación no sería definitiva, en parte porque no quería viajar con algo tan engorroso.
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