—Uf, qué horror.
—Te lo dije —continúa Kevin—. Creo que el tipo les ha puesto ajo crudo.
Irene observa la interacción con la nariz arrugada. Cuando me alejo de la caja de palitos de ajo, me coge del codo.
—Gracias. Me habría pasado toda la noche si hablarte.
—En ese caso, «cariño», tal vez me podrías acompañar a la cocina.
—Me encanta cómo se hablan —le susurra Honey-Belle a Danielle.
—Totalmente de acuerdo. —Gunther se ha acercado a Honey-Belle todo lo posible mientras se tapa la boca con la mano.
Irene empieza a ir hacia la cocina, pero la sujeto.
—¿Qué pasa ahora?
—Tenemos que ir de la mano. Queremos que Tally se trague esto, ¿no?
—Estás fatal de lo tuyo —responde, pero me da la mano.
Atravesamos la multitud, que nos observa con descaro. Para cuando llegamos al centro de la casa, tengo el corazón a mil por la expectativa de ver la cara de Tally aparecer en cualquier momento. Escudriño la sala por el rabillo del ojo, pero no la veo por ninguna parte.
—¿Y bien? —azuza Irene.
—Ya aparecerá. Vamos a tomar algo.
En la cocina hace un calor sofocante y está a reventar de gente, pero el océano se aparta para dejarnos pasar hasta que llegamos a la isla que tiene las bebidas encima. Cojo el vodka y la limonada para ponerme una copa.
—¿Qué quieres? —pregunto a Irene.
—Agua.
—Ja, ja. Te hago uno de estos.
—No, ya te lo he dicho. Quiero agua.
Me aparta de un culazo, coge un vaso de plástico y lo llena en el fregadero. Le pone una rodaja de lima en el borde para que parezca un cubata.
—¿Qué pasa? No me apetece que la gente me dé la brasa por no beber —comenta cuando ve mi expresión.
Yo sacudo la cabeza: esta chica nunca deja de sorprenderme. Es una distracción agradable de la preocupación por Tally.
—Danielle está colgadísima de Kevin —dice.
Se me para el corazón.
—Anda ya. Qué va.
—No me jodas. Se ve de lejos.
—Eso es... No...
Levanta una ceja.
—Vale —gruño—. No se lo cuentes a nadie, anda.
—¿A quién se lo iba a contar? Además, Danielle me cae bien.
Estoy a punto de responderle cuando le cambia la cara. Se le abren los ojos como platos y deja de respirar.
—Mierda. —Su mirada se dirige a algún punto por encima de mi hombro