Sandro Veronesi

Todos los días recibimos cientos de miradas y a nuestra vez miramos a cientos de personas. La mayoría de las veces no nos damos cuenta de que nos miran ni los demás se dan cuenta de que los miramos. Por eso no ocurre nada y esas miradas no tienen consecuencias, aunque no hay ninguna razón para considerarlas menos significativas que las que acabo de citar. Es más: ¿estamos tan seguros de que las miradas que no cruzamos no producen nada? Hay gente que se enamora mirando todos los días por la ventana a cierta persona que pasa por la calle. Hay gente que se prenda del presentador o la presentadora que ve en la tele. No, no existen miradas más importantes y miradas menos importantes: en el momento en que las lanzamos, todas las miradas son entrometidas y solo la conjunción de los acontecimientos, es decir, el azar, determina las consecuencias que tendrán.

te darás cuenta de que simplemente no eres capaz de decirle la verdad, y por tanto a esas cifras les quitarás un cero, transformando los centímetros en milímetros, y los milímetros en décimas de milímetro, y al hacerlo así –escucha bien lo que te digo, Alessandro–, al hacerlo así te estarás jodiendo con tus propias manos, porque en cuanto termine la llamada telefónica tendrás que salir pitando de cabeza al centro de diagnosis del que acabas de salir para pedirle al responsable que haya firmado poco antes el informe –doctor Lastrucci, se llamará– el favor de emitir un segundo informe por decirlo de alguna manera –no encontrarás la palabra– domesticado –eso es, ésta encontrarás– que concuerde con esas cifras,

sosteniendo que una familia puede considerarse unida solamente en la verdad, mientras que en el fingimiento encuentra su propia destrucción, amén, sabiendo muy bien que tu madre nunca iba a pretender leer personalmente los informes de los análisis, que siempre se acurrucaría, por así decirlo, en lo que las voces queridas le susurraran, y por tanto sabiendo muy bien que la falsificación del informe con ella no iba a ser necesaria

quien te ha engendrado nunca va a aceptar ser atendido por un extraño, y por tanto manifestará toda clase de objeciones respecto a todas las personas que le lleves a casa con la misión de cuidarlo, tanto varones como mujeres, y los primeros tiempos serán objeciones de carácter racial, en tanto en cuanto le lleves personas extranjeras, ya que tácticamente se profesará racista, con el objeto de convencerte de que busques personal auxiliar de nacionalidad italiana, notablemente más difícil de encontrar

y el doctor Benenato te escuchará en silencio y luego sonriendo te dirá que no existe ningún nivel B, y al verte perplejo te lo repetirá mirándote fijamente a los ojos, no existe ningún nivel B, y te dirá que vuestra tarea sólo consiste en ahorrarle dolor a tu padre y en modo alguno decidir cuán larga o breve ha de ser su agonía, y que en cualquier caso tu padre en ese momento no está agonizando, y todo esto lo dirá con gran pureza de corazón, añadiendo que si en vuestra tarea habéis fallado hasta ese momento, puesto que la respuesta de tu padre a los protocolos oficiales habrá sido –y lo repetirá– anómala, eso no significa que seguiréis fracasando en adelante, poniéndose de inmediato a trabajar en busca del protocolo que sea capaz de producir la respuesta deseada,

en adelante, y hasta el final, y con cualquier protocolo, la paranoia ya no desaparecerá, pese a que el dolor repunte, y para resumir y encaminarnos hasta el punto decisivo de esta predicción, empezará entonces para los tres –tu padre, tú, Benenato–, pero sobre todo para tu padre y para ti, un tiempo verdaderamente duro, para tu padre porque oscilará siempre entre dolor y paranoia, con escasísimos momentos de lucidez sin tormento

veo estos programas de mierda para convencerme de que la vida es de verdad tan miserable; que no es amor, ni belleza, ni ingenio, ni desafíos, ni conquistas, ni naturaleza, ni mar, ni viento, ni veleros, sino un sórdido asunto de rencores, chismorreos, miedo y olor a cerrado, como aquí la rebajan. Así, ¿comprendes?, me resulta más natural abandonarla

mientras que tú, Alessandro, hijo trastornado, te aturdirás por no haberlo entendido, por no haber recordado, y te darás cuenta de que todo lo que tu padre deseaba para su propio cuerpo, mientras tú te empeñabas en querer gobernarlo, era la muerte, y que todo lo que esperaba de ti, desde que había empezado a expresarse de manera, digamos, tan simbólica, era la aplicación del protocolo del nivel B del que le habías hablado, y que le prometiste que adoptarías con él;

Luego, una noche, el padre de Ropiten tuvo un infarto. Se quedó tendido sobre el billar, y el médico, cuando llegó, le salvó la vida pero le dijo también que para él se había acabado el tiempo de fumar cigarrillos y de jugar, porque tenía el corazón enfermo

Comenzó a hacer trampas sistemáticamente, con un criterio preciso; a su llegada al club prestaba atención a quién era el primer jugador que encendía un cigarrillo: fuera quien fuera, Ropiten le asignaba tres puntos de cada cuatro que había logrado realmente