—Sí, de veras —respondió Geryon. «No dejes de acariciarme». Habían pasado siglos desde la última vez que había sentido el contacto con alguien. Aquello era el nirvana, el paraíso y un sueño, todo ello junto en un paquete delicioso—. Mi cabeza… —susurró sin darse cuenta.
—Pobrecito —dijo Kadence, y le acarició las sienes