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Susan Hill

  • Liliana Villasañahar citeretsidste år
    Edmund y Will compitieron entre sí para ver quién desgranaba el relato más horroroso y escalofriante, salpicado de efectos dramáticos y de gritos de fingido terror. Se superaron mutuamente a la hora de alcanzar los extremos de la inventiva y acumularon un tormento sobre otro. Describieron empapados muros de piedra de castillos deshabitados, ruinas de monasterios rodeados de hierba a la luz de la luna, habitaciones inte
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    riores cerradas a cal y canto, mazmorras secretas, osarios húmedos, cementerios cubiertos de maleza, pisadas chirriantes al subir la escalera, dedos que tamborileaban en las contraventanas, aullidos, chillidos, gemidos, correteos, cadenas que se arrastran, monjes embozados, jinetes decapitados, brumas arremolinadas, vientos súbitos, espectros incorpóreos, criaturas cubiertas por sábanas, vampiros, sabuesos, murciélagos, ratas, arañas, hombres hallados al amanecer, mujeres que en un abrir y cerrar de ojos encanecieron y se volvieron locas de remate, cadáveres desaparecidos y maldiciones dirigidas a los herederos.
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    Pues sí, yo tenía una historia que contar, una historia verdadera, un relato de aparecidos, del mal, del miedo, de la confusión, del horror y de la tragedia
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    Era la tarde de un lunes de noviembre y ya había oscurecido; no se debía a lo tardío de la hora, pues apenas eran las tres, sino a la niebla, a la más espesa de las brumas londinenses, que nos había cercado desde el alba..., en el caso de que hubiese habido amanecer, pues la niebla apenas había permitido que la luz se abriera paso en la espantosa penumbra.

    La bruma se encontraba en el exterior: pendía del río, se deslizaba por callejones y callejuelas y se arremolinaba entre los árboles pelados de los parques y los jardines de la ciudad
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    Los sonidos quedaban asordinados y las sombras se desdibujaban. La niebla había caído hacía tres días, no parecía dispuesta a marcharse y supongo que poseía las características de todas las brumas: resultaba amenazadora, siniestra, ocultaba el mundo conocido y confundía a sus habitantes,
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    Era una especie de ermitaña? Veamos, es algo que a veces ocurre con las ancianas... Se vuelcan hacia dentro y se vuelven excéntricas. Supongo que tiene que ver con el hecho de vivir solas.
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    . Imaginé lo monótona, gris y desolada que parecería la localidad sumida en la lluvia y la niebla, lo azotada que durante interminables días estaría por los vendavales que atravesaban el terreno abierto y llano y lo absolutamente aislada que quedaría por las tempestades de nieve.
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    Aunque aquel día no había nubes, me resultó fácil imaginar lo magnífico que estaría ese terreno inmenso y amenazador salpicado de lluvia gris y con los nubarrones flotando sobre el estuario; qué aspecto tendría durante las inundaciones de febrero, cuando las marismas adquirían un tono gris metálico y el cielo parecía fundirse con ellas, y cómo se vería en medio de los vientos recios de marzo, cuando la luz ondulaba y las sombras perseguían a las sombras por los campos arados.
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    De pronto tomé conciencia del frío, de la extremada desolación del lugar y de la oscuridad de la tarde de noviembre; como no quería que mi ánimo se deprimiera tanto como para quedar afectado por toda clase de fantasías malsanas, había decidido regresar deprisa a la casa, donde pretendía encender la mayor parte de las luces y, si era posible, un pequeño fuego,
  • Liliana Villasañahar citeretsidste år
    Quizás esperaba un santuario a la memoria del tiempo pasado, a su juventud o al recuerdo de su efímero marido, como la morada de la pobre señorita Havisham. También podía estar, simplemente, plagada de telarañas, sucia y con viejos periódicos, trapos y basura acumulados en los rincones, despojos todos de una ermitaña, a los que se sumarían un gato o un perro famélicos.
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