Susana Peralta

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    A los iraníes no les gusta ni la soledad ni el silencio; cualquier otro ruido que no sea la voz humana, incluso el jaleo de un embotellamiento, se considera silencio. Si Robinson Crusoe fuera iraní, se hubiera dejado morir en cuanto llegó a la isla desierta y el libro hubiera terminado ahí.
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    Si existe un dios de la mentira, de la jugarreta y de la hipocresía, debe ser persa y terriblemente resistente, escondido en un rincón de nuestro cerebro, listo para brincar y recordarnos quiénes somos y de dónde venimos en caso de que hubiéramos tenido la pérfida idea de olvidarlo
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    Nunca seré lo bastante francesa para caer en la franqueza frontal, la burla demostrativa, un «¡basta ya!» bien colocado. En mi caso termina por salir pero fuera de lugar, rumiado y amplificado.
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    Cuando se trata de Irán, Occidente y su visión hegemónica no están nunca demasiado lejos, desdichadamente.
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    ¿Y más tarde, en París? En París no hablamos más, de nada. Ninguno de nosotros. Cada uno estaba encerrado en un silencio de aturdimiento y ajustes. En un estado de conciencia perdida. El pasado ya no eran anécdotas que podían contarse, sino un vasto campo de ruinas de color blanco.
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    Anna tiene una cara diferente y exótica. Una cara de otoño, de fuego de chimenea, de queso de corteza dura, de pan con cereales, de bosques sombríos, de niebla, de botas de
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    es el drama del exilio. Las cosas, como los seres, existen pero hay que hacer como si estuvieran muertos
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    aventureros o padres que habían partido a vivir al otro lado del mundo. Me reinventaba según mis humores, la intensidad de la luz o los vasos de cerveza tragados, asombrada de constatar hasta qué punto un mismo individuo puede ser considerado de forma diferente según la historia en la que decida inscribirse. Me convertí en brasileña o argentina, pero también en húngara, tadjik o franco vietnamita. Como Tío Número 2, descubría que una dosis de ficción hacía más soportable la realidad.
    Los cabellos de Anna están hechos para su cara.
    Si los vi antes de verla en su totalidad, si de inmediato la asocié a las diosas del rock, fue porque están en armonía total con lo que ella es. La blancura de su piel, el azul claro de sus ojos, su nariz recta y protestante, su boca ligeramente disimétrica, como el trazo sobre la eñe española. Anna tiene una cara diferente y exótica. Una cara de otoño, de fuego de chimenea, de queso de corteza dura, de pan con cereales, de bosques sombríos, de niebla, de botas de lluvia, de impermeables amarillos, de pasteles de canela y de cena a las seis de la tarde
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    Casi treinta y cinco años más tarde, un hecho me sorprende todavía: la rapidez con la que Francia eliminó de su memoria el hecho de haber acogido a Jomeini, silenciando su parte de responsabilidad en los acontecimientos que siguieron.23
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    brazo de lleno el punk y el pospunk. John Lydon, Ari Up, Ian Curtis, Joe Strummer, Peter Murphy, Siouxsie, Martin L. Gore. Su música llena cada agujero, afectivo, intelectual, cavado en mi vida. Se convierte en mi pan cotidiano, mi salvavidas. Porque pone el mundo en su lugar y destroza su hermosa apariencia. Porque huele a rabia, a transpiración, a huelgas, a barrios obreros, a revueltas, a pólvora. Porque denuncia la hipocresía del poder y destruye las certezas, las afirmaciones sociales, las afirmaciones ideológicas que creen explicarnos cómo gira el mundo. Porque está hecha para que la gente como vosotros miréis a la gente como yo.
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