Todo empezó el día de año nuevo de 1994. Como en otras partes del mundo, en México hay pocas mañanas tan silenciosas y anodinas como ésta: tras la embriaguez y el júbilo de la fiesta, sus horas se reservan a restañar los estragos del alco-hol. Para colmo, en los círculos oficiales la celebración había sido doble, pues no sólo se brindó por el inicio del año, sino sobre todo por la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), una de las principales metas del gobierno de Salinas de Gortari. Para él, esta fecha anunciaba el inicio de una nueva época de modernidad para México y, al mismo tiempo, su glorioso paso a la historia. Tras las fraudulentas elecciones que le dieron el triunfo en 1988, Salinas había llevado a la práctica espectaculares medidas para reactivar la economía, acaparando un amplio reconocimiento internacional; no hacía mucho, la revista Time, esa Biblia de las élites globales, lo había nombrado “hombre del año”, y su popularidad aumentaba día a día pese a las críticas de sus detractores, quienes lo acusaban de privilegiar la reforma eco-nómica sobre la política y de preservar las bases autoritarias y antidemocráticas del Estado mexicano.