Los griegos se sentían como tales, aunque no fueran ciudadanos de un estado único; hablaban la misma lengua, poseían la misma cultura, y llegaban al campo de batalla espoleados por la poderosa motivación de defender su independencia y su modo de vida, que sabían amenazados de muerte por el invasor persa. Frente a ellos, la enorme masa del ejército de Darío constituía una heterogénea amalgama de individuos de todos los rincones del imperio, gentes que hablaban lenguas distintas, no se entendían entre sí y no estaban habituados a combatir juntos.