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Eragon retrocedió espantado: delante de él, lamiéndose la membrana que lo recubría, había un dragón.
Acabada la comida, se le subió a la mano, se le acurrucó contra el pecho y empezó a roncar al tiempo que una bocanada de humo negro le salía de los orificios de la nariz. Eragon lo miró, maravillado.
Quédate aquí.
El dragón dejó de moverse y ladeó la cabeza hacia él. Eragon insistió:
Quédate aquí.
Una débil señal de entendimiento llegó a tientas a través del vínculo, pero Eragon dudaba que realmente el dragón hubiera comprendido.
El dragón dejó de moverse y ladeó la cabeza hacia él. Eragon insistió:
Quédate aquí.
Una débil señal de entendimiento llegó a tientas a través del vínculo, pero Eragon dudaba que realmente el dragón hubiera comprendido.
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