—Gatita, yo…
—No lo digas —declara, con sus ojos empezando a brillar—. No puedes decirlo.
—Déjame —le pido, tomando su cara entre mis manos—. Permíteme.
Niega, gotas de rocío de dolor empezando a formarse en sus pestañas.
—Vas a irte. Todos los hombres lo hacen.
—No, Liv. No me iré.
—Vas a querer a otras mujeres.
El dolor en su voz me rompe. Quiero derribar árboles, luchar con leones y saltar dentro de incendios, cualquier cosa para demostrarle que ella lo es, es la única que veo, huelo y quiero.
—No —susurro, rogando con mi cara, mis manos y mi voz porque lo vea—. Eres tú, nena. Te escojo. No hay nadie más después de ti o además de ti, no hay nada más que quiera que nuestra realidad.