Esther García Llovet

Haces demasiadas preguntas –suelta la camarera.
–Pero si no he abierto la boca –replica Adrián.
–Ya, pero las vas a hacer

Un día se cansará de todo eso, si ya lo sabe, si está seguro, antes o después siempre se aburre de lo que empieza, es su historia.

Así será el destino de la civilización, piensa, perros solos paseando a su aire por el mundo incivilizado y gratis

Va sin casco, tiene el pelo grande, espeso, rizado, lleno de ideas

No sabe qué hacer con ella, pero por lo visto ella sí sabe qué hacer con él

Vicente sigue ahí clavado, haciendo rodar el balón bajo su pie, despacio, con las manos en las caderas, como si tuviera todo el tiempo del mundo y el viento fuera siempre a moverle el pelo como ahora mismo, una brisa que solo soplara para él, el héroe indescifrable, el héroe sin usar

Camping. Exterior. Noche. A eso de las tres de la madrugada, cuando no es verdad que todos duermen.

Además, te has salido con la tuya, no hay nada

como conseguir lo que uno quiere, verdad, para creer que está conquistando el porvenir, el futuro, venciendo a la desgracia y a la muerte para siempre, pero eso no es así

Entonces Adrián cae en la cuenta de que la pantalla está reflejando algo a su espalda. Se gira. Y ahí está. El fuego. El incendio. El horizonte en llamas, el fuego vivo arrasando los campos de arroz, el fuego fallero, el fuego folclórico y caníbal y bestia, el fuego turístico y barato y eficaz, acabando con todo lo que se le pone por delante