Lina Meruane

La noche estaba llena de manos y dedos. La noche llena de urgencias.

En New Jersey yo me había olvidado del castellano. Después, en Santiago, me olvidé del inglés. Me estoy olvidando ahora de mí misma, pensé.

no se escribe, dijo, únicamente con los ojos y las manos, entonces, por ahora, añadió, como quien da una orden perentoria, ahora mismo, en cuanto colguemos, ponte a escribir en tu cabeza.

Volverme la patrona del callejón o encontrar la salida.

calle no era un lugar, era una multitud de ruidos dándose de codazos y apretones

Porque esa era la única certeza: inaugurar nuestra vida con copas lavadas por la penumbra, dejarnos aturdir por el silencio.

pero a mí no me dolía nada aparte del alma, ay, ay, el del alma era un dolor agudo en todo el cuerpo,

(como si los hijos fueran una extensión de su cuerpo, un pedazo de su identidad, el modo de perfeccionar a ese ser informe y deficitario que sería la mujer)

Estoy contra la secreta fuerza de los hijos-tiranos en estos tiempos que corren, veloces y desaforados como ellos

Y no es sólo contra esos hijos prepotentes que escribo sino también contra sus progenitores. Contra los cómodos cómplices del patriarcado que no asumieron su justa mitad en la histórica gesta de la procreación. Contra la nueva especie de padres dispuestos a colaborar dentro y fuera de la casa pero que parecen incapaces de pronunciar un educativo ¡no más!, un certero ¡basta! a sus hijos rebeldes; sin inmutarse les permiten pasar por sobre la paz de sus desesperados vecinos.