Paola Angeli Bernardini

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    Los usos y costumbres, las reglas sociales y los prejuicios influyen en el comportamiento del ser humano, contribuyendo a crear y reforzar divisiones y abismos. Así, cuando un pensamiento arraiga en el trascurso de los siglos y se impone una teoría, tal vez por comodidad, que opera a partir de adeptos en su mayoría masculinos, no resulta nada fácil desterrar las convicciones aceptadas y heredadas.
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    La población marina era diversa y, además de Poseidón, la divinidad más importante, comprendía a Nereo, «fiel enemigo de la mentira, el más anciano de toda su prole», tal y como lo define Hesíodo;1 Proteo, también llamado «el viejo del mar»
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    cualquier transformación; Glauco, que tenía el don de la profecía; Forco, hijo de Gaia y Ponto; y Palemón, hijo de Ino-Leucotea.
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    e Nereo y Doris, la de los hermosos cabellos, hija de Océano, nació una numerosa descendencia de figuras femeninas: las nereidas. Hesíodo enumera cincuenta, y de algunas, incluso, llega a dar la descendencia. En general, todas ellas se distinguen por su gracia y su belleza.
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    Anfítrite es la señora del mar. Forma parte del grupo de las nereidas, cuyas danzas se encarga de guiar. Poseidón la ve y la rapta en la isla de Naxos para convertirla en su esposa. Junto al dios del mar, la diosa desempeña idéntica función que Hera junto a Zeus en el Olimpo: ambos representan la pareja divina por excelencia. Otra pareja olímpica recordada por Hesíodo es la compuesta por Ares y Afrodita. De la unión con Poseidón, Anfítrite da a luz a Tritón, el dios biforme con la parte superior del cuerpo similar a la de un hombre y la inferior en forma de pez; y a Rodo, esposa de Helios, el dios del sol.2 Poseidón acoge a Teseo durante su estancia en el fondo del mar en el Ditirambo 17 de Baquílides, cuando este salta al mar en respuesta al desafío de Minos y se precipita a las profundidades marinas.
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    La Alejandra de Licofrón narra la muerte de las sirenas que, según la tradición, se suicidaron cuando un hombre logró resistirse al hechizo de sus cantos.15 Mientras que en Homero las sirenas solo son dos,16 en Licofrón son tres y se llaman Parténope, Leucosia y Ligea. Tras la resistencia de la que hace gala Odiseo, «se dan muerte con un salto desde los altos acantilados, abriendo las alas sobre las olas del mar Tirreno, donde las empujará el doloroso hilo del destino»
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    la primera atestación literaria de la sirena como mujer pez aparece, según la aceptación unánime, en el Liber monstrorum de diversis generibus, una recopilación de seres admirablemente deformes compuesta entre finales del siglo vii y principios del siglo viii»
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    De la descripción se deduce que «desde la cabeza hasta el ombligo tienen aspecto de virgen, guardando un gran parecido con las criaturas humanas; sin embargo, tienen colas escamosas de pez, mediante las cuales pueden ocultarse bajo el agua en todo momento».
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    encontramos en primer lugar a Afrodita, cuyo nacimiento se produjo en el mar. Según el relato de Hesíodo,21 Cronos, por invitación de la madre Tierra, corta los genitales al padre Urano y los lanza muy lejos en el mar agitado. Alrededor de ellos se forma una blanca espuma (leukos aphros) de la que surge una niña. La narración prosigue del siguiente modo: «Ella estuvo, primero, en la sagrada Citera, y luego, desde allí, llegó a Chipre envuelta en las olas. Así fue como surgió una diosa llena de gracia y embeleso, y a su alrededor crecía la hierba bajo los pies delicados». Los nombres de la diosa, con las diversas epíclesis que la acompañan según las localidades, enlazan con esta historia.
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    fume de azafrán o de rosas. El toro se echó ante la muchacha, inconsciente e intrigada, a punto de ser atrapada en la pasión amorosa del animal. Lo acarició, le puso una corona de flores entre los cuernos en forma de cuarto de luna, y saltó sobre la grupa. El toro se hundió de repente para lanzarse a atravesar el mar con la muchacha montada en él hasta la isla de Creta, junto a un cortejo de tritones, nereidas, delfines y amorcillos danzantes. Era casi un séquito nupcial, tal y como lo describe Luciano en el diálogo «Céfiro y Noto», el último de los Diálogos marinos:
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