De hecho, el capitalismo trata a todos los hombres y mujeres como partes intercambiables, como mercancías intercambiables por otras mercancías. Administradores, soldados, científicos, incluso empresarios –todo el mundo en la sociedad moderna– están forzados a pasar por el lecho de Procusto de la reificación y están sistemáticamente privados de la libertad que cualquiera supone que disfruta