Lo más distintivo de la educación universitaria aparece reflejado, más bien, en la primera de las leyendas apuntadas: entra para adquirir sabiduría; bien entendido que la sabiduría de la que hablamos aquí no es pura y simplemente una sabiduría práctica, adaptada al logro de los propios fines —una sabiduría como la que cualquier persona está llamada a adquirir si quiere dirigir con acierto su vida—, ni tampoco la mera acumulación de conocimientos, si falta la capacidad de contextualizarlos, y de penetrar su último sentido.