Praga
Te pedí que no llorases en Praga
para no perturbar la belleza de las calles,
pues ése era todo el recuerdo que nos llevábamos.
Te pedí que no llorases en Praga
para no interrumpir el silencio.
Te pedí que no llorases en Praga
porque no había forma de consolar
el final de nuestro viaje.
Pero tú insististe y lloraste en Praga:
dijiste que era culpa de la belleza y de la absenta,
de ver atardecer desde el puente de Carlos,
de los adoquines y de aquel idioma incomprensible.
Pudiste llorar en Praga,
pero no supiste enterrar allí
los ojos