guiada por la experiencia que por los libros, de que lo que diferencia a una persona conservadora de otra progresista es la confianza o desconfianza que tenga en el ser humano (algo que vale también para la socialización patriarcal de las mujeres. Tienen razón las feministas que no entienden por qué Blancanieves prefiere a siete enanitos antes que pactar con la bruja el futuro del rey y el del príncipe). Esto se traduce en entender que el aire de familia del que proviene la izquierda (y el lugar actual de lo antaño llamado izquierda) está marcado por la fraternidad. El lenguaje nos limita por haber sido históricamente un coto de hombres. Por eso, aunque la damos por incorporada en la fraternidad, mencionamos también la sororidad, es decir, la hermandad entre mujeres. La fraternidad es la razón última que sostiene el deseo de igualdad entre los seres humanos. Una concepción pesimista del ser humano genera una mirada desconfiada, predispone los comportamientos hacia la derecha y quiere dirigentes políticos sinvergüenzas que justifican los comportamientos egoístas por abajo. Una concepción optimista, por el contrario, frena el miedo, busca la colaboración y se basa en el diálogo como herramienta. Es decir, tensiona hacia la izquierda. No es posible reinventar el espacio antaño llamado izquierda si no se recuperan las bases intelectuales de la fraternidad.