Philippe Besson

Tengo diecisiete años.

No sé que nunca volveré a tener diecisiete años, no sé que la juventud vuela, que apenas dura un instante, que desaparece enseguida y cuando te das cuenta ya es demasiado tarde, ya se ha terminado, se ha volatilizado, la has perdido; a mi alrededor algunos lo presienten y lo dicen, los adultos lo repiten, pero yo no los escucho, sus palabras me resbalan, como el agua por las plumas de un pato, soy un idiota, un idiota sin preocupaciones.

Jacques Chardonne, nativo de la ciudad, que alabó su

Más tarde, escribiré sobre la añoranza. Sobre la privación insoportable del otro. Sobre la desdicha que provoca esa privación; una pobreza que se cierne.

Descubriré que los libros pueden hablar de mí, para mí.

Más vale emplear la palabra precisa.

Con todo, me he preguntado si pudo ser una invención. Ya saben que siempre andaba inventándome cosas y que estas resultaban tan verosímiles que la gente acababa creyéndome (en ocasiones, yo mismo era incapaz de distinguir entre lo verdadero y lo falso). Más tarde lo convertí en un oficio, me hice novelista.

Las palabras que nos crucifican son las palabras más simples. Casi palabras infantiles.

Quisiera no visualizar la escena, quisiera prohibirme esta prueba, ahorrarme este masoquismo, pero es superior a mí, se impone el escritor, incluso en esas circunstancias, el que se lo imagina todo, el que necesita ver para hacer que los demás vean, siempre acaba formándose una imagen, siempre se impone: veo el cuerpo colgado del extremo de la cuerda, la cabeza inclinada, la carótida comprimida, el ligero balanceo, la cuerda está atada a una viga, la silla se ha volcado, los rayos de un sol invernal se filtran a través de unas tablas y se deslizan entre la paja.

No soy guapo, pero llamo la atención; eso lo sé.

El futuro ya no existía. Todo formaba parte del pasado y ahí iba a quedarse».

e invento la vida de esa gente que se marcha, que llega, intento imaginar de dónde vienen, a dónde se van, siempre me ha gustado eso, inventarme la vida de desconocidos con quienes apenas me he cruzado