Ariel Magnus

Los bebés crecen en una hélice de esperanza y miedo; y el periodo de gestación te acerca a lo más profundo de la espiral. No es un espacio cruel, pero sí oscuro.

Cuando se incorpora, el haz de la linterna ilumina una oreja oscura, como un higo chamuscado. Marcia intenta seguir la rutina pero se da cuenta de que no puede. Tiene la impresión de que esa oreja es otra advertencia. Cierra los ojos para no ver las llamas. El calor igual quema. La puerta queda entreabierta y hay un silencio roto por la voz del profesor y el ruido lejano de la calle. En el momento en que la figura desaparece en la escalera la luz vuelve

el significado de la frase «Te quiero» debe renovarse cada vez que los amantes la enuncian, ya que «el verdadero trabajo del amor y del lenguaje es darle a una misma frase inflexiones siempre nuevas»

No importa si eres una persona maravillosa, no importa cuánto amor tengas para dar, no importa cuán madura o sabia o exitosa o inteligente o responsable seas, cuando eres una madrastra siempre sufrirás una vulnerabilidad estructural al odio y al rencor, y es realmente poco lo que podrás hacer al respecto, salvo aguantar y mostrarte dispuesta a sembrar las semillas de la cordura y la buena fe a pesar de la mucha mierda que te tiren encima. Tampoco esperes que se reconozca tu labor: para la cultura, los padres biológicos son sacrosantos por definición, mientras que los padrastros y madrastras son unos entrometidos, egoístas, estafadores, sustancias contaminantes y pedófilos.

Te dije que quería vivir en un mundo donde el antídoto a la vergüenza no fuera el honor sino la honestidad

Por supuesto que los Oppen se peleaban y herían mutuamente a veces, me dijiste cuando te hablé de mi investigación. Pero probablemente lo mantenían en privado, por amor y respeto mutuo

Partos... creo que me da miedo escribir sobre esto. En los partos estuve aislada; nunca hablé de esto, ni siquiera con George. A él le sorprendió saber que dar a luz era una experiencia emocional tan intensa y personal que nunca me atreví a expresarlo. [...] Mi deseo era que no perdiera su integridad, y he preservado la integridad de mi propia experiencia de dar a luz al no decir nada de ella; es demasiado preciosa para mí. Incluso ahora, cuando escribo sobre las experiencias que tuve entre los veinticuatro y los treinta años, intento comprehender mi aislamiento y la desolación devastadora de la pérdida, la sensación de ser una nada sobre una camilla, noqueada por la anestesia, solo para recuperar la conciencia y escuchar que me dicen, una vez más: «El feto está muerto»

La poeta Alice Notley sube la apuesta: «él nace y yo quedo deshecha. Siento como si nunca / fuera a ser, nunca hubiera nacido. // Dos años después me oblitero de nuevo / al tener otro hijo... durante dos años, ya no hay yo aquí».

Aun cuando las mujeres consulten los mismos satélites o lean del mismo guion, su versión de las cosas siempre está bajo sospecha

Pero el trasfondo tácito de su argumentación era, o eso me pareció, que la maternidad le había podrido el seso a Gallop, enamorándola del narcisismo que le hace creer a una que una experiencia por completo banal, compartida con un número incontable de personas, es de algún modo especial, o particularmente interesante