Natalia Carrero

Hablas de cosas que has vivido como si no las creyeras; las sueltas para dejarlas inacabadas, desprenderte. Si te contara, empiezas mientras elevas los hombros, pero nunca das detalles. Son cosas demasiado feas, para qué. Como si supieras que un horror concreto nunca más te rozará.

Este vicio que consiste en alcanzar a partir de unos tragos cierta descompresión psíquica y anímica implica ciertos riesgos. Se corre el peligro de evidenciarse demasiado y echarlo todo a perder. Tomo otro poco mientras me justifico para mis adentros, mis ancestros también: es un medicamento.

No quiero llamarlo hogar aunque lo parezca. Hay algo siempre en las palabras que empleamos que indica la marca de la casa o algo así, la procedencia y el estado actual. El término hogar ejerce sobre mí cierta asfixia. Me resisto a llamar hogar a este piso tan estupendo que ocupo junto a otras personas. Puedo vivir aquí y fingir que aquí estoy mientras disfruto de vuelos diarios a través de la bebida, me distancio y compruebo que todo podría ser un espejismo. Parece que me gusta este teatro de la palabra con sus insondables silencios. De repente en pleno vuelo compruebo mis ganas de intervenir en la realidad para introducir ciertas disidencias no siempre convenientes.

Beber no para diluir tensiones ni para recargar fuerzas, sino por el simple vaivén de la escena llena de luz y de color. Brindar y celebrar, sorber un poco y que suceda un estallido de amores furtivos y generosos, semillas de historias futuras germinando como novelas ejemplares

Bebo porque necesito la fuga, porque mi vida no se encuentra donde desearía pero tampoco sabe aún qué otro lugar.

Recibí el abecedario de la mano de una maestra idealizada. Toma las letras de una vez y para siempre. No te abandonarán.

Durante el confinamiento, ¿qué hacer? Días de paisajes asfaltados en los que sólo el viento, la luz, la arboleda que hubo y la fauna imaginada. Ni una figura humana, ni un vehículo circulando en la inquietante visión de los ojos que, en su creer y no creer lo que viven y respiran, de nuevo se detienen frente a la ventana.

Se dice veámoslo por el lado bueno, aprovechemos para reducir la marcha, ralentizar el ritmo, culpabilizar a las prisas, difundir cierta tranquilidad algo desesperada; se aconseja aprovechar para cuidarnos, modificar hábitos, disponer de más minutos para armar listas de deseos; ahora es el momento de ordenar armarios y cajones con girones de tiempo resecado, adquirir conciencia colectiva, gestionar incertidumbres, elaborar galletas y bizcochos, aplaudir a quienes afrontan la crisis sanitaria desde las zonas cero, jugar a las cartas aún no robadas, divinizar a dependientes y cajeres de supermercados, gracias por vuestros servicios higienizantes de primera necesidad.

Al mismo tiempo conviene seguir adelante con los proyectos, apuntar objetivos personales, retos de yoga, gimnasia, pilates, para no sucumbir física ni mentalmente.

Pienso en la palabra familia como agrupación de personas sometidas a una autoridad que les da de comer y trastoca los sueños convirtiéndolos en pesadillas. Famulus, fam, hambre; algo así.