Asunción Lorenzo

que nuestras vidas están escritas en nuestras caras y cuerpos, pero en un lenguaje tan desconocido que ni siquiera sabemos que se trata de un lenguaje.

empecé a pensar que el conocimiento académico, la experiencia académica y el entendimiento tampoco era nada más que una defensa contra la vida al desnudo. Y que la mayoría de los libros, películas y obras de arte también lo eran.

¿Acepto la pérdida de mi madre, pero no acepto que mi madre haya aceptado la pérdida de su hija?

irritación no es nada en comparación con la vergüenza.

Muchos hombres prefieren y se enamoran de mujeres ingenuas, mujeres sin experiencia, espontáneas, infantiles, que se enamoran fácilmente, que están llenas de admiración por ellos, afectuosas, entrañables, dependientes, que no utilizan la ironía, que no se contienen.

El filósofo Arne Johan Vetlesen dice que la debilidad de las Comisiones de la Verdad, de los procesos de reconciliación después de las guerras es que suelen exigir lo mismo de las víctimas que de los verdugos, y eso es injusto.

Los oprimidos suelen acabar mutilados, con una vida sentimental destrozada, suelen adoptar la manera de pensar y los métodos de actuar de los opresores, esa es la consecuencia más infame de la opresión, que destroza a los oprimidos haciéndoles menos capaces de librarse. Cuesta mucho trabajo convertir el sufrimiento en algo útil para alguien, sobre todo para el sufridor.

unque el consumo de drogas es estúpido e infantil, es a la vez algo extraordinario, al menos cuando se trata de artistas, cuya mente no se adapta a lo establecido

os padres dan vida al niño, el niño da esperanza a los padres. Esa es la transacción.
¿Suena como una carga?
No lo es. La esperanza no exige.
Y yo soy un sentimental. Pero ¿cómo escribir sobre esto, que es tan pequeño y grande, tan sencillo y complicado, tan trivial y tan... sagrado?
Sentimental es una palabra que significa lleno de sentimientos. Pero ¿qué son los sentimientos? ¿Qué es lo que sentimos cuando sentimos?

La mano en la frente, la mano revolviéndome el pelo. Habitualmente no me tocaba nadie, las caricias eran raras en nuestra familia, excepto cuando estabas enfermo con fiebre, y todavía recuerdo ese sentimiento paradójico, lo desagradables que le resultaban esos rozamientos a la piel febril y lo agradables que me resultaban a mí.