La «pelota cuadrada», chiste insidioso cuyo origen puede rastrearse en los programas de Chespirito, remite desde luego a que los rivales juegan a cualquier otra cosa, tal vez a una variante primitiva y antojadiza de futbol, que presumiblemente guarda alguna semejanza con los dados (sólo así, apostando a un golpe de suerte, se podría superar a rivales mejor dotados técnicamente); pero la baladronada busca por encima de todo establecer una diferencia de nivel, un abismo cualitativo en el que, además de la capacidad técnica o el toque educado del balón, estaría en juego la minusvalía congénita del adversario, su subdesarrollo y atraso tropical, que no les da ni para pelotas rodantes; para no andarnos con rodeos, se trataba de una variedad apenas velada de racismo y clasismo.