Aquel incipiente sueño americano del self-made man se apuntaló en la segunda mitad del siglo ⅩⅨ con Horatio Alger y sus célebres cuentos de mendigos, limpiabotas, músicos callejeros y demás, que saltan de una vida entre harapos a, por lo menos, una respetabilidad de clase media. En estos casos, ser un hombre self-made significa haber logrado subir la escalera del éxito. Ante todo, el self-made man es independiente de cualquier restricción social. Con actitud perseverante y trabajo duro, es capaz de elevarse por encima de las condiciones sociales y económicas en las que nació. Enfrenta al mundo armado solo con su indestructible voluntad y los obstáculos en el camino sirven para moldear su carácter. Lidiando, al modo heroico, con todo tipo de adversidades, el hombre en cuestión acaba siendo un auténtico conquistador del mundo y de sí mismo.